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Más allá de la veracidad de la acusación, que lo es tanto como veraz puede ser la verdad de una dictadura, lo cierto es que este es el último episodio de una auténtica escalada de hostigamiento contra los cristianos que viven en países musulmanes, cuyo vía crucis pasa desde estar obligados a vivir clandestinamente su fe hasta ser condenados severamente por mostrar una cruz o una Biblia.
En muchos de estos países, como Arabia Saudí, los cristianos no pueden comprar tierras y tienen prohibido hablar de su religión fuera de su círculo privado. Por supuesto, ni celebrar fiestas religiosas, ni hacer prédicas ni restaurar iglesias.
Y en algunas de estas teocracias el incumplimiento de las normas significa la pena de muerte. En el resto, la cárcel. Y, más allá de las múltiples leyes que regulan la segregación hasta la asfixia del cristianismo en las zonas musulmanas, en los últimos tiempos se ha intensificado el hostigamiento social, quemando iglesias, amenazando a poblaciones, expulsando religiosos, saqueando tierras e incluso asesinando.
Egipto y Pakistán, por ejemplo, han presentado capítulos muy graves al respecto y en el norte musulmán de Nigeria han asesinado a machetazos a más de quinientos cristianos, aunque el caso más brutal es, sin duda, es el de la guerra del fundamentalismo islámico sudanés contra el animismo y el cristianismo de los sudaneses del sur. Llevan millones de muertos.